jueves, 27 de diciembre de 2012

UNA CUESTIÓN DE COJONES


 
   
    Vivo en una ciudad dedicada casi por entero a la enseñanza del castellano. A Salamanca vienen estudiantes norteamericanos, japoneses, europeos, chinos, hispanoamericanos... De todo el mundo. Vienen "a aprender español" o a estudiar literatura española, y de paso, a conocer y vivir en una preciosa ciudad, la ciudad con más bares per capita de toda España, que siempre es un dato a tener en cuenta. Aquí se les conoce como "los guiris". Y los guiris siempre están quejándose -borrachos o serenos, es igual- por sus dificultades con nuestras acepciones. Ni viviendo aquí veinte años acabarían de entender nuestro idioma al 100 por 100. Eso y el frío que hace aquí en invierno, les puede. O mejor, les pueden las diferencias de temperatura: porque Salamanca es una ciudad que pasa de los 40º o más del verano a los 15º bajo cero que en algunas ocasiones hemos tenido en invierno. Por eso hay tantos bares: para refrescarse o para calentarse, según la estación. Pero volveré al tema, que me disperso. El tema era la complejidad lingüística de muchas de nuestras expresiones. A eso únanle las nuevas reglas gramaticales que acaban de sacarse de la manga los señores académicos de la lengua para acabar de volvernos locos a todos... En efecto, muchos guiris han decidido claudicar y entregarse definitivamente al alcohol y a la perdición, y se les puede ver deambulando con su derrota idiomática, pero muy felices, por bares como el Erasmus, el Holy Cross, el Irish Rover, el Corrillo o el Camelot. 

     Una muestra de la riqueza y complejidad de nuestra lengua castellana es el ingente número de acepciones de una simple palabra, como puede ser la muy conocida y frecuentemente utilizada referencia a los atributos masculinos: cojones. A alguien un día le dio por analizar tal palabra y sus múltiples significados (desconozco quién fue, pero ¡ole sus cojones!)*, así que para que no se pierda tal cúmulo de sabiduría lingüística barnizado con un fino humor estilo british, he decidido transcribir el texto para que si por fin la tormenta perfecta (pero la de verdad) nos lleva, quede algo para las generaciones venideras (si es que las hay). 

     La palabra en cuestión es polisémica de cojones. O más que polisémica, diríase que es una palabra con mil acepciones según el modo de utilizarse o el contexto. Si va acompañada de un numeral, tiene significados distintos según el número utilizado: así, uno significa caro o costoso ("valía un cojón"). Dos significa valentía ("tenía dos cojones"). Tres implica desprecio ("me importa tres cojones"). Un número muy grande, si es par, significa dificultad ("lograrlo me costó mil pares de cojones").

     El verbo cambia el significado; "tener" indica valentía ("aquella persona tiene cojones"), aunque con signos exclamativos puede significar sorpresa ("¡tiene cojones!"). "Poner" expresa un reto, especialmente si se ponen en alguna superficie ("puso sus cojones encima de la mesa"). También se los utiliza para apostar ("me corto los cojones por...") o para amenazar ("te corto los cojones").

     El tiempo del verbo utilizado cambia el significado de la frase; así, el presente expresa molestia o hastío ("me toca los cojones"). El reflexivo significa vagancia ("se estaba tocando los cojones"). Pero el imperativo significa sorpresa ("tócate los cojones"). Por otra parte -por si no era ya bastante complicado-, los prefijos y sufijos modulan su significado: "a" significa miedo ("estoy acojonado"); "des" implica cansancio o risa ("estaba descojonado"); "udo" implica perfección o simpatía ("es un coche cojonudo" o "el tío ese es cojonudo"); y "azo" se refiere a abulia o indolencia ("¿Pablo? ¡menudo cojonazos está hecho!"). 

     Las preposiciones matizan o modulan la expresión. Así, "de" conlleva éxito ("me salió de cojones") o cantidad ("hacía un frío de cojones"); "por" expresa empeño o voluntariedad ("lo haré por cojones"); "hasta" expresa límite de aguante o rebosamiento de la paciencia ("estoy hasta los cojones"); "con" indica valor, valentía ("era un hombre con cojones") y "sin" se refiere a cobardía ("era un hombre sin cojones"). "Con" y "sin" también pueden reforzarse con un numeral ("era un hombre con/sin dos cojones"). Incluso puede denotar extrañeza o un sentimiento de descorazonada perplejidad ("tiene cojones la cosa")...

    El frío, la forma, el tamaño o la simple tersura de los cojones también conllevan significados distintos: el color violeta expresa frío ("se me quedaron los cojones morados"). La forma implica cansancio o cabezonería ("tenía los cojones cuadrados"). Pero el desgaste implica experiencia ("tenía los cojones pelados de tanto repetir lo mismo en clase"). Es importante el tamaño y la posición ("tiene dos cojones grandes y bien plantados"); sin embargo, hay un tamaño máximo ("tiene los cojones como el caballo de Espartero"), y este tamaño máximo no puede ni debe superarse, porque entonces indicaría torpeza, indolencia o vagancia ("se pisa los cojones", "le cuelgan los cojones", "arrastra los cojones", "se sienta sobre sus cojones", o incluso "necesita una carretilla para llevarlos"). 

    La interjección "cojones" significa sorpresa ("¡cojones!") y acentuándola artificialmente en el lenguaje verbal como esdrújula, más sorpresa aún ("¡coooojones!"). Y cuando uno se halla perplejo, los solicita ("manda cojones"). En ese ignoto lugar -y no en el cerebro- reside la voluntad y de allí salen las órdenes ("lo haré así porque me sale de los cojones" o "no voy porque no me sale de los cojones"). Puede también utilizarse para hacer ver al interlocutor que se desconoce algo ("no se de qué cojones hablas").

     En resumen, creo que es prácticamente imposible encontrar una palabra en castellano o en cualquier otro idioma con tamaño número de acepciones. Y espero que la utilicéis cada día más, pues es una manera cojonuda de enriquecer nuestro vocabulario. Lo de la sintaxis y la ortografía, por desgracia, es tema aparte. Algún día prepararé algo para esa parte de la sociedad mayoritariamente surgida del desastre de la LOGSE (de la que mis lectores están fuera, por suerte), esa alegre masa juvenil que se prodiga en Facebook, en Twitter, en Tuenti, en los foros, y que cree que el móvil es una tabla de sabiduría que nos conecta con el mundo vía sms. Esa parte de la sociedad que pone faltas de ortografía hasta cuando habla...

LAS RUINAS DE ISENGARD.  





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